martes, 7 de abril de 2015

El Triunfo de Cristo

¡Felices y Santas Pascuas de Resurrección!

Jesús entra en Jerusalén montado sobre un asno "He aquí que viene tu Rey montado sobre un asno" (Mat 21, 5). Jesús viene a salvarnos por su sencillez, mansedumbre, simbolizadas en el asno, que se caracteriza por su tranquilidad.

Cuando entra en nuestras almas, sobre todo por la Eucaristía, lo hace también mansamente, sin forzar. Pero estemos atentos, y sepamos aprovechar esta entrada de Jesús. Estemos atentos, para que también nosotros sepamos aclamarlo entusiastamente con el corazón, en silencio y con las voces jubilosas de nuestras obras, de nuestros actos. (...)

¡Hosanna! Por Él viene la salvación del cielo. Todo el pueblo reconoce a Jesús como Mesías y Salvador... Pero ese pueblo de dura cerviz, es infiel a la gracia recibida, y esa misma semana, a los 5 días, soliviantado por la propaganda de los agitadores religioso-políticos gritará: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! (Mat 27, 23).

Que reconozcamos a Jesús por único Rey nuestro, por único salvador nuestro. Seamos fieles a la gracia recibida en el Bautismo y en los Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía. 

(...) No sea que en un momento de euforia gritemos ¡Viva Cristo Rey!, y en otro momento (...) lo clavemos en la cruz con el pecado deliberado.

(En: Comunidad, n. 598, 23 de marzo de 1986)

viernes, 3 de abril de 2015

¡Último momento: Poncio Pilato vive aún!



La celebración de los misterios de la vida de Cristo, como Dios-Hombre culmina en esta semana conmemoramos la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús. (…)
Con la lectura de la Pasión y Muerte de Jesús, la liturgia, con experiencia de siglos, quiere que no perdamos de vista el misterio inefable de la salvación. Por eso planta, por así decirlo, la CRUZ, para que ella domine las celebraciones de toda la Semana Santa.   No se trata de un “aguafiestas”. Con la presencia de la CRUZ, se procura que la alegría sea legítima y total. Porque toda aquella alegría que no nazca de la Cruz, y no conduzca a la salvación –a través de la cruz–, una mentira, es un engaño del demonio, es una traición. La verdadera alegría debe nacer de una conciencia recta, rectificada, renovada. El que se ‘auto-engañe’ acallando la voz de su conciencia que le grita sobre la necesidad de una seria conversión, jamás podrá tener alegría y gozo, por una parte y por otra, tratará de suplir con alegrías postizas y falsas. Quien no se arrodilla ante la Cruz de Cristo, se arrodilla y rinde culto, como un imbécil, ante la caricatura de los ídolos: egoísmo y soberbia que le conducen de las narices al goce de todas las pasiones. Se comporta peor que un irracional. Porque éste se rige, por lo menos, por la ley natural que le es propia y que Dios le impuso.
Al mismo tiempo, este Semana es una magnífica ocasión para todos, a fin de que revisemos muy en serio nuestra conducta. Nadie es tan santo que no deba llorar sus pecados, fallas y debilidades ante Cristo Crucificado. No sea que en un momento de euforia gritemos ¡Viva Cristo Rey! [como en el Domingo de Ramos], y en otro momento, en el de la prueba, de la dificultad, lo condenemos con la indiferencia, con la frialdad, la tibieza, el “desinfle”, y lo clavemos en la cruz con el pecado deliberado.
Es importante que tomemos cabal conciencia de nuestra fe: si realmente somos cristianos de verdad, esto es, cumplidores del Evangelio, o usurpadores de una de nominación, porque de cristianos quizá no tengamos ni el nombre.
Hoy Cristo sigue siendo escarnecido, escupido, abofeteado, insultado, vendido y traicionado por aquellos que ‘publicitan’ su cristianismo, para atacar más refinadamente la Obra de Cristo que es la Iglesia, para burlarse de la Muerte y Resurrección de Cristo despreciando los Sacramentos que justamente renuevan este misterio redentor, queriendo legislar contra el mismo Evangelio que dicen respetar, al propiciar la nefasta ley del mal llamado ‘divorcio’, porque sigo y seguiré afirmando que lo se intenta es dar carta de ciudadanía al ADULTERIO [hoy podemos agregar: al mal llamado “matrimonio igualitario”, o la comunión a los divorciados vueltos a casar o los sacramentos a los travestis, etc.]
La impiedad atrincherada en una ley atea intenta prohibir que se hable de Dios a nuestros niños de Dios creador, Redentor y Santificador [o sacar las imágenes de los lugares públicos]. Es mentira que una ley que prohíba hablar de Dios sea neutral: apoya a aquellos que no creen, defiende a los que no creen, y prohíbe a los que creen, sean judíos, mahometanos, protestantes o católicos. ¡Cuidado con las caretas de los que dicen defender la libertad en esto! La auténtica libertad prohíbe  lo malo. Prohibir lo bueno es dictadura.
Frente a todo este atropello (y muchas otras cosas), los cristianos que callan, que se lavan las manos como el cobarde Poncio Pilatos; que valoran como Judas más las 30 monedas de un puesto, de un trabajo, de una estima; que quieren ocultar cobardemente su condición, como Pedro, de seguidores de Cristo, negándolo por vergüenza, por respeto humano… en lugar de jugarse a cara descubierta por Cristo, como la Virgen María que estuvo al pie de la Cruz ¡cuánto hieren al Divino Maestro! Parecen más empeñados en imitar a Pilato que en defender y vivir la Resurrección…
(De: “¡Último momento: Poncio Pilato vive aún!”, en: COMUNIDAD, n. 598, 23 de marzo de 1986)

jueves, 5 de marzo de 2015

Caerse del caballo...



Pablo, el gran perseguidor de Cristo, alcanzado por la gracia de Dios, se convirtió en el gran seguidor, Apóstol, de Jesús. Una vez des­cubierta y conocida la Verdad, se consagró a ella por entero. Era, es y debería ser siempre lo más lógico y razonable ese proceder para todos. No hay cosa más imbécil que conocer la verdad y no obrar conforme a ella, u obrar en contra, que es peor. Cuánta verdad expresan aquellas conocidas frases:

"Yo he de morir, mas no sé cuándo. 
Yo he de morir, mas no sé dónde. 
Yo he de morir, mas no sé cómo. 
Lo cierto es que si muero en pecado mortal 
me condeno para siempre.
Y si vivo y muero en gracia de Dios, 
¡gozaré eternamente!".

No obstante saber estas cosas ¡qué pena, qué dolor da el observar la insensatez de tantísimos, que viven empeñados en obrar contra la ló­gica, contra la razón! Por un poco de sucio placer, de provecho mate­rial, de perezosa comodidad, que pronto se acaban, se pierde la felici­dad eterna. ¿Es posible que el diablo engañe tan fácilmente, tan estú­pidamente, y tenga encadenados a tantos y tantos? ¡Qué vacíos — proporcionalmente — nuestros templos, y cuán llenos esos "pudrideros" de cuerpos y almas, con que pestilentes inescrupulosos hacen su negocio ofreciendo nauseabunda felicidad! ¡Qué degradación! ¡Qué envilecimiento, tanto de los que propician como de los que usufructúan esos ester­coleros! El que quiera ser vicioso que lo sea; pero que no se tolere la organización para los inmorales.
Hoy, como ayer y mañana, como siempre, la Iglesia no cejará en anunciar con firmeza y urgencia la necesidad de la conversión para to­dos, sin excepción. Hasta los santos más santos necesitan convertirse cada día. Jesús al iniciar su predicación, proclama: "Convertíos, porque el Reino de los Cielos está muy cerca" (Mat. 4,17). Esta cercanía no hay que buscarla en el mundo cósmico. San Lucas 17,20 dice, recogiendo la en­señanza del mismo Jesús: "No será espectacular la llegada del Reino de Dios. Ni se dirá: 'está aquí o allí', porque el Reino de Dios dentro de vo­sotros está". Y San Pablo enseña: "El Reino de Dios no consiste en la pa­labrería, sino en la virtud" (I Cor. 4,20).
Una cuestión fundamental: el Reino de Dios se concreta en cada uno por la conversión. De allí entonces que antes de pensar en la tarea apos­tólica, todo bautizado debe examinarse a sí mismo. Surge la necesidad de conocerse en serio y descubrir la necesidad de una conversión cons­tante. Como San Pablo. Se convirtió no sólo cuando fue derribado del ca­ballo sino que se seguía convirtiendo diariamente muchos años después. Decía: "Lucho, no como quien azota el aire, sino que disciplino mi cuer­po y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a los demás, quede yo descalificado" (I Cor. 9,27). La conversión en San Pablo suponía has­ta la mortificación corporal. Como Cristo, que sufrió tanto. ¿Y tú? ¿Si­gues o persigues a Cristo?

("A Cristo ¿lo sigues o lo persigues?", en: Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 217-218)

sábado, 28 de febrero de 2015

Vivir conforme a las normas y exigencias del Evangelio



"El que no cree en Él ya está condenado: porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios". 
Esto es gravísimo. El que obstinadamente no cree, carga sobre sí ya mismo la maldición de Dios: está condenado. No creer "obstinadamente" es no querer admitir la ne­cesidad de una sincera y rápida conversión, es estar "especulando" con la ilusoria posibilidad de tener tiempo para arreglar las cuentas con Dios —y el prójimo —antes de morir. ("Si tienes algo con tu hermano, o él tiene algo contra ti... vete primero a arreglar ese asunto")
No creer es abusar de la misericordia de Dios
Es pensar que Dios no cumplirá su palabra: "Estad preparados porque no sabéis ni el día ni la hora", ni el lugar ni el cómo de la muerte. Vendrá de improviso, sin anunciarse, como el ladrón. Pocos son, comparativamente, los que tienen la inmen­sa gracia de una enfermedad para prepararse (y aun así muchos no la aprovechan). 
No creer en Jesucristo al mismo tiempo que no amarlo, es no vivir conforme a las normas y exigencias del Evangelio. "El que me ama —dice Jesús— ese observará mi palabra" (Jn. 14,23). 
De aquí entonces la importancia de aprovechar este tiempo de Cua­resma. Hemos de comprender todos que no es tanto una exigencia que se nos impone, sino una oportunidad que se nos brinda, para volver a Dios. ¿Será la última vez que Dios nos dice que nos corrijamos, porque está por pedirnos cuenta mañana, hoy mismo, dentro de unos instantes? ¡Ay!
(En: Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 216)

sábado, 21 de febrero de 2015

Cristianos con mentalidad pagana





Dios llama a la conversión. Por muchos y enormes que sean los pe­cados de algunos, Dios no quiere la venganza, la "justicia" ya, o la re­vancha, sino el arrepentimiento, la enmienda: no quiere condenar a na­die, sino salvar a todos. Pero es necesario el arrepentimiento.


Según la mentalidad del A.T., toda calamidad general, ha de atri­buirse a una falta conocida o desconocida de un individuo o de todo el pueblo, contra la divinidad. Hay una propensión a considerar el mal, la aflicción, el dolor, etc., como una sanción por una falta o culpa.


Para no caer fácilmente en la tentación de estimarnos mejores que los demás, ya que sentimos una fuerte inclinación a juzgar con dura severidad a los otros, Jesús nos enseña hoy que nunca debemos consi­derar las pruebas que Dios nos envía, o las "desgracias" que permite, co­mo castigo de una falta o pecado. Es más; no pocas veces, los que no padecen algún contratiempo o prueba, pueden ser más pecadores que los otros. Esto mismo es una razón poderosa para que no descuidemos jamás un asunto tan importante como lo es el de la conversión perso­nal, y también colectiva.



Generalmente se cree que la "conversión" es una actitud que de­ben adoptar los grandes pecadores, los que manifiestamente no viven, no practican la religión cristiana que dicen profesar. Sin embargo, la conversión, que va indisolublemente unida con la penitencia, pertenece a la esencia misma del Reino (Iglesia) predicado e instaurado por Jesús. Una sincera y auténtica conversión no implica tan sólo arrepentirse de los pecados pasados y reparar las faltas con medidas contrarias, sino que exige también la "metánoia", esto es, un cambio en el modo de sentir, de apreciar, un cambio total de criterios. Esto es lo que predicó el Bau­tista; este es el sentido de la "conversión" que exige Cristo, como condi­ción básica para pertenecer a su Reino.


Hoy, lamentablemente, se quiere ser cristiano con mentalidad total­mente pagana. Como si ello fuera poco, lo más triste y aberrante es que no pocos quieren imponer a los demás esa mentalidad pagana presen­tándola como una auténtica y "renovada" religión cristiana. Así es dable comprobar cómo algunos que se dicen cristianos, pero que no saben ni hacerse bien la señal de la cruz y mucho menos interpretar su sentido y significado. Al que se mantiene fiel al Evangelio, lo consideran "atrasado", "fosilizado", ene­migo del "avance" (¿reculativo?), del "progreso". Por eso es triste escuchar sandeces y burradas, en tono mayor, como ésta: "Yo soy católi­co... y apoyo el divorcio... defiendo el aborto". Ya es muy mala se­ñal cuando se empieza por hacer "profesión" de fe católica o cristiana antes de exponer su idea o pensamiento. Los ignorantes más audaces pretenden confrontar la ignorancia y estupidez de una "supuesta" mayoría, igno­rante o pervertida con la sabia doctrina del Evangelio, contradecir en su sacrílega osadía al mismo Dios.

Con esta mentalidad pagana se pretende erigir al hombre en le­gislador y no en súbdito de la ley divina. ¡Cuántos cristianos de menta­lidad pagana, concurren a bailes y diversiones donde se vilipendia la virtud en tiempo de Cuaresma! Justamente cuando la Iglesia, durante la Cuaresma, "de institución apostólica", en el decir de San León Magno, invita a sus fieles a un mayor recogimiento, más oración y penitencia, los "renovados cristianos siglo XX", contradicen al mismo Jesús con su conducta...
En: Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 220-221.