Pablo,
el gran perseguidor de Cristo, alcanzado por la gracia de Dios, se convirtió en
el gran seguidor, Apóstol, de Jesús. Una vez descubierta y conocida la Verdad,
se consagró a ella por entero. Era, es y debería ser siempre lo más lógico y
razonable ese proceder para todos. No hay cosa más imbécil que conocer la
verdad y no obrar conforme a ella, u obrar en contra, que es peor. Cuánta verdad
expresan aquellas conocidas frases:
"Yo
he de morir, mas no sé cuándo.
Yo he de morir, mas no sé dónde.
Yo he de morir,
mas no sé cómo.
Lo cierto es que si muero en pecado mortal
me condeno para
siempre.
Y
si vivo y muero en gracia de Dios,
¡gozaré eternamente!".
¡gozaré eternamente!".
No
obstante saber estas cosas ¡qué pena, qué dolor da el observar la insensatez de
tantísimos, que viven empeñados en obrar contra la lógica, contra la razón!
Por un poco de sucio placer, de provecho material, de perezosa comodidad, que
pronto se acaban, se pierde la felicidad eterna. ¿Es posible que el diablo
engañe tan fácilmente, tan estúpidamente, y tenga encadenados a tantos y
tantos? ¡Qué vacíos — proporcionalmente — nuestros templos, y cuán llenos esos
"pudrideros" de cuerpos y almas, con que pestilentes inescrupulosos
hacen su negocio ofreciendo nauseabunda felicidad! ¡Qué degradación! ¡Qué
envilecimiento, tanto de los que propician como de los que usufructúan esos
estercoleros! El que quiera ser vicioso que lo sea; pero que no se tolere la organización
para los inmorales.
Hoy,
como ayer y mañana, como siempre, la Iglesia no cejará en anunciar con firmeza
y urgencia la necesidad de la conversión para todos, sin excepción. Hasta los
santos más santos necesitan convertirse cada día. Jesús al iniciar su predicación,
proclama: "Convertíos, porque el
Reino de los Cielos está muy cerca" (Mat. 4,17). Esta cercanía no hay
que buscarla en el mundo cósmico. San Lucas 17,20 dice, recogiendo la enseñanza
del mismo Jesús: "No será
espectacular la llegada del Reino de Dios. Ni se dirá: 'está aquí o allí',
porque el Reino de Dios dentro de vosotros está". Y San Pablo enseña:
"El Reino de Dios no consiste en la
palabrería, sino en la virtud" (I Cor. 4,20).
Una
cuestión fundamental: el Reino de Dios se concreta en cada uno por la
conversión. De allí entonces que antes de pensar en la tarea apostólica, todo
bautizado debe examinarse a sí mismo. Surge la necesidad de conocerse en serio
y descubrir la necesidad de una conversión constante. Como San Pablo. Se convirtió
no sólo cuando fue derribado del caballo sino que se seguía convirtiendo
diariamente muchos años después. Decía: "Lucho,
no como quien azota el aire, sino que disciplino mi cuerpo y lo esclavizo, no
sea que habiendo predicado a los demás, quede yo descalificado" (I
Cor. 9,27). La conversión en San Pablo suponía hasta la mortificación
corporal. Como Cristo, que sufrió tanto. ¿Y tú? ¿Sigues o persigues a Cristo?
("A Cristo ¿lo sigues o lo persigues?", en: Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 217-218)
("A Cristo ¿lo sigues o lo persigues?", en: Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 217-218)