jueves, 5 de marzo de 2015

Caerse del caballo...



Pablo, el gran perseguidor de Cristo, alcanzado por la gracia de Dios, se convirtió en el gran seguidor, Apóstol, de Jesús. Una vez des­cubierta y conocida la Verdad, se consagró a ella por entero. Era, es y debería ser siempre lo más lógico y razonable ese proceder para todos. No hay cosa más imbécil que conocer la verdad y no obrar conforme a ella, u obrar en contra, que es peor. Cuánta verdad expresan aquellas conocidas frases:

"Yo he de morir, mas no sé cuándo. 
Yo he de morir, mas no sé dónde. 
Yo he de morir, mas no sé cómo. 
Lo cierto es que si muero en pecado mortal 
me condeno para siempre.
Y si vivo y muero en gracia de Dios, 
¡gozaré eternamente!".

No obstante saber estas cosas ¡qué pena, qué dolor da el observar la insensatez de tantísimos, que viven empeñados en obrar contra la ló­gica, contra la razón! Por un poco de sucio placer, de provecho mate­rial, de perezosa comodidad, que pronto se acaban, se pierde la felici­dad eterna. ¿Es posible que el diablo engañe tan fácilmente, tan estú­pidamente, y tenga encadenados a tantos y tantos? ¡Qué vacíos — proporcionalmente — nuestros templos, y cuán llenos esos "pudrideros" de cuerpos y almas, con que pestilentes inescrupulosos hacen su negocio ofreciendo nauseabunda felicidad! ¡Qué degradación! ¡Qué envilecimiento, tanto de los que propician como de los que usufructúan esos ester­coleros! El que quiera ser vicioso que lo sea; pero que no se tolere la organización para los inmorales.
Hoy, como ayer y mañana, como siempre, la Iglesia no cejará en anunciar con firmeza y urgencia la necesidad de la conversión para to­dos, sin excepción. Hasta los santos más santos necesitan convertirse cada día. Jesús al iniciar su predicación, proclama: "Convertíos, porque el Reino de los Cielos está muy cerca" (Mat. 4,17). Esta cercanía no hay que buscarla en el mundo cósmico. San Lucas 17,20 dice, recogiendo la en­señanza del mismo Jesús: "No será espectacular la llegada del Reino de Dios. Ni se dirá: 'está aquí o allí', porque el Reino de Dios dentro de vo­sotros está". Y San Pablo enseña: "El Reino de Dios no consiste en la pa­labrería, sino en la virtud" (I Cor. 4,20).
Una cuestión fundamental: el Reino de Dios se concreta en cada uno por la conversión. De allí entonces que antes de pensar en la tarea apos­tólica, todo bautizado debe examinarse a sí mismo. Surge la necesidad de conocerse en serio y descubrir la necesidad de una conversión cons­tante. Como San Pablo. Se convirtió no sólo cuando fue derribado del ca­ballo sino que se seguía convirtiendo diariamente muchos años después. Decía: "Lucho, no como quien azota el aire, sino que disciplino mi cuer­po y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a los demás, quede yo descalificado" (I Cor. 9,27). La conversión en San Pablo suponía has­ta la mortificación corporal. Como Cristo, que sufrió tanto. ¿Y tú? ¿Si­gues o persigues a Cristo?

("A Cristo ¿lo sigues o lo persigues?", en: Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 217-218)

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