La celebración de los misterios de la vida de
Cristo, como Dios-Hombre culmina en esta semana conmemoramos la Pasión, la
Muerte y la Resurrección de Jesús. (…)
Con la lectura de la Pasión y Muerte de Jesús,
la liturgia, con experiencia de siglos, quiere que no perdamos de vista el
misterio inefable de la salvación. Por eso planta, por así decirlo, la CRUZ,
para que ella domine las celebraciones de toda la Semana Santa. No se
trata de un “aguafiestas”. Con la presencia de la CRUZ, se procura que la
alegría sea legítima y total. Porque toda aquella alegría que no nazca de la
Cruz, y no conduzca a la salvación –a través de la cruz–, una mentira, es un
engaño del demonio, es una traición. La verdadera alegría debe nacer de una
conciencia recta, rectificada, renovada. El que se ‘auto-engañe’ acallando la
voz de su conciencia que le grita sobre la necesidad de una seria conversión,
jamás podrá tener alegría y gozo, por una parte y por otra, tratará de suplir
con alegrías postizas y falsas. Quien no se arrodilla ante la Cruz de Cristo,
se arrodilla y rinde culto, como un imbécil, ante la caricatura de los ídolos:
egoísmo y soberbia que le conducen de las narices al goce de todas las
pasiones. Se comporta peor que un irracional. Porque éste se rige, por lo
menos, por la ley natural que le es propia y que Dios le impuso.
Al mismo tiempo, este Semana es una magnífica
ocasión para todos, a fin de que revisemos muy en serio nuestra conducta. Nadie
es tan santo que no deba llorar sus pecados, fallas y debilidades ante Cristo Crucificado.
No sea que en un momento de euforia gritemos ¡Viva Cristo Rey! [como en el
Domingo de Ramos], y en otro momento, en el de la prueba, de la dificultad, lo
condenemos con la indiferencia, con la frialdad, la tibieza, el “desinfle”, y
lo clavemos en la cruz con el pecado deliberado.
Es importante que tomemos cabal conciencia de
nuestra fe: si realmente somos cristianos de verdad, esto es, cumplidores del
Evangelio, o usurpadores de una de nominación, porque de cristianos quizá no
tengamos ni el nombre.
Hoy Cristo sigue siendo escarnecido, escupido,
abofeteado, insultado, vendido y traicionado por aquellos que ‘publicitan’ su cristianismo,
para atacar más refinadamente la Obra de Cristo que es la Iglesia, para
burlarse de la Muerte y Resurrección de Cristo despreciando los Sacramentos que
justamente renuevan este misterio redentor, queriendo legislar contra el mismo
Evangelio que dicen respetar, al propiciar la nefasta ley del mal llamado ‘divorcio’,
porque sigo y seguiré afirmando que lo se intenta es dar carta de ciudadanía al
ADULTERIO [hoy podemos agregar: al mal llamado “matrimonio igualitario”, o la
comunión a los divorciados vueltos a casar o los sacramentos a los travestis,
etc.]
La impiedad atrincherada en una ley atea intenta
prohibir que se hable de Dios a nuestros niños de Dios creador, Redentor y
Santificador [o sacar las imágenes de los lugares públicos]. Es mentira que una
ley que prohíba hablar de Dios sea neutral: apoya a aquellos que no creen,
defiende a los que no creen, y prohíbe a los que creen, sean judíos,
mahometanos, protestantes o católicos. ¡Cuidado con las caretas de los que
dicen defender la libertad en esto! La auténtica libertad prohíbe lo malo.
Prohibir lo bueno es dictadura.
Frente a todo este atropello (y muchas otras
cosas), los cristianos que callan, que se lavan las manos como el cobarde
Poncio Pilatos; que valoran como Judas más las 30 monedas de un puesto, de un
trabajo, de una estima; que quieren ocultar cobardemente su condición, como
Pedro, de seguidores de Cristo, negándolo por vergüenza, por respeto humano… en
lugar de jugarse a cara descubierta por Cristo, como la Virgen María que estuvo
al pie de la Cruz ¡cuánto hieren al Divino Maestro! Parecen más empeñados en
imitar a Pilato que en defender y vivir la Resurrección…
(De: “¡Último momento: Poncio Pilato vive aún!”, en: COMUNIDAD, n. 598, 23 de marzo de 1986)
No hay comentarios:
Publicar un comentario