Dios llama a la conversión. Por
muchos y enormes que sean los pecados de algunos, Dios no quiere la venganza, la "justicia" ya, o la revancha,
sino el arrepentimiento, la enmienda: no quiere condenar a nadie, sino salvar
a todos. Pero es necesario el arrepentimiento.
Según la mentalidad del A.T.,
toda calamidad general, ha de atribuirse a una falta conocida o desconocida de
un individuo o de todo el pueblo, contra la divinidad. Hay una propensión a
considerar el mal, la aflicción, el dolor, etc., como una sanción por una falta
o culpa.
Para no caer fácilmente en la
tentación de estimarnos mejores que los demás, ya que sentimos una fuerte
inclinación a juzgar con dura severidad a los otros, Jesús nos enseña hoy que
nunca debemos considerar las pruebas que Dios nos envía, o las
"desgracias" que permite, como castigo de una falta o pecado. Es
más; no pocas veces, los que no padecen algún contratiempo o prueba, pueden ser
más pecadores que los otros. Esto mismo es una razón poderosa para que no
descuidemos jamás un asunto tan importante como lo es el de la conversión personal,
y también colectiva.
Generalmente se cree que la
"conversión" es una actitud que deben adoptar los grandes pecadores,
los que manifiestamente no viven, no practican la religión cristiana que dicen
profesar. Sin embargo, la conversión, que va indisolublemente unida con la
penitencia, pertenece a la esencia misma del Reino (Iglesia) predicado e
instaurado por Jesús. Una sincera y auténtica conversión no implica tan sólo
arrepentirse de los pecados pasados y reparar las faltas con medidas
contrarias, sino que exige también la "metánoia", esto es, un cambio
en el modo de sentir, de apreciar, un cambio total de criterios. Esto es lo que
predicó el Bautista; este es el sentido de la "conversión" que exige
Cristo, como condición básica para pertenecer a su Reino.
Hoy,
lamentablemente, se quiere ser cristiano con mentalidad totalmente pagana.
Como si ello fuera poco, lo más triste y aberrante es que no pocos quieren
imponer a los demás esa mentalidad pagana presentándola como una auténtica y
"renovada" religión cristiana. Así es dable comprobar cómo
algunos que se dicen cristianos, pero que no saben ni hacerse bien la señal de
la cruz y mucho menos interpretar su sentido y significado. Al
que se mantiene fiel al Evangelio, lo consideran "atrasado",
"fosilizado", enemigo del "avance" (¿reculativo?), del
"progreso". Por eso es triste escuchar sandeces y
burradas, en tono mayor, como ésta: "Yo soy católico...
y apoyo el divorcio... defiendo el aborto". Ya es muy mala señal
cuando se empieza por hacer "profesión" de fe católica o cristiana
antes de exponer su idea o pensamiento. Los ignorantes más audaces pretenden
confrontar la ignorancia y estupidez de una "supuesta" mayoría, ignorante
o pervertida con la sabia doctrina del Evangelio, contradecir en su sacrílega
osadía al mismo Dios.
Con
esta mentalidad pagana se pretende
erigir al hombre en legislador y no en súbdito de la ley divina. ¡Cuántos
cristianos de mentalidad pagana, concurren a bailes y diversiones donde se
vilipendia la virtud en tiempo de Cuaresma! Justamente cuando la Iglesia,
durante la Cuaresma, "de institución apostólica", en el decir de San
León Magno, invita a sus fieles a un mayor recogimiento, más oración y
penitencia, los "renovados cristianos siglo XX", contradicen al mismo
Jesús con su conducta...
En: Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 220-221.
cuantas cuaresmas nos da el Señor para que aprendamos esto y lo practiquemos, ¡que paciencia me tienes, Dios!
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