sábado, 14 de febrero de 2015

La praxis como fundamento de los principios

"Con harta frecuencia se da aquello de que cuando no se obra como se piensa se acaba pensando como se obra. Es decir, cuando no se obra conforme a la ortodoxia, sucede que se quieren sentar principios a partir de la praxis. Ya no es la doctrina, las disposiciones, las normas objetivas lo que regula las acciones sino que son los hechos consumados los que dictan cátedra". (En Comunidad, n. 543, 3 de marzo de 1985)

En este mismo número de Comunidad se transcribe el siguiente fragmento de la Audiencia General del miércoles 21 de noviembre de 1973 en la que el Papa Pablo VI decía:

"Aquí comienzan las dificultades. Tal vez hemos sido demasiado débiles e imprudentes en esta actitud, a la que la escuela del cristianismo moderno nos invita: el reconocimiento del mundo profano; la simpatía, mejor aún, la admiración que le son debidas.

En la práctica, nos hemos propasado a menudo. La actitud así llamada permisiva de nuestro juicio moral y de nuestra conducta práctica; la transigencia con la experiencia del mal, justificando esta experiencia con la sofística pretensión de quererlo conocer para saberse después defender de él (la medicina no admite este criterio; ¿por qué debería admitirlo quien quiere preservar la propia salud espiritual y moral?); el laicismo, que queriendo delimitar los confines de determinadas competencias específicas, se impone con aires de autosuficiencia y pasa a negar otros valores y otras realidades; la renuncia ambigua, y tal vez hipócrita, a signos externos de la propia identidad religiosa; todo esto ha ido insinuando en muchos la cómoda persuasión de que hoy, incluso el cristianismo, tiene que asimilarse a la masa humana, tal y como ésta es, sin preocuparse de marcar por cuenta propia algún tipo de distinción, y sin pretender que, como cirstianos, tengamos algo propio y original que, confrontado con lo de los demás, pueda aportar alguna saludable ventaja.

Nos hemos propasado en el conformismo con la mentalidad y las costumbres del mundo profano. Oigamos una vez más el ruego del Apóstol Pablo a los primeros cristianos: "No os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente" (Rom. 12, 2); y el del Apóstol Pedro: "Como hijos de obediencia no os conforméis a las concupiscencias que primero teníais en vuestra ignorancia (de la fe)" (1 Pe. 1, 14). Es necesario diferenciar la vida cristiana de la profana y pagana que nos asedia; es necesaria una originalidad, un estilo propio; más aún, una libertad propia para vivir según las exigencias del Evangelio.

Respecto del mundo hemos de mantener una independencia espiritual. A este propósito, el dominio de sí, el espíritu ascético, la actitud viril de la conducta cristiana, no nos deberán sonar a piadosas advertencias ya superadas: sino que serán ejercicios de lucha cristiana, hoy tanto más necesaria cuanto mayor es el asedio y el asalto del ambiente amorfo y corrompido que nos rodea. Defenderse, preservarse; como quien vive en un ambiente epidémico". (En Comunidad, n. 543, 3 de marzo de 1985)

"Acordaos de aquellos superiores vuestros que os expusieron la palabra de Dios: reflexionando sobre el desenlace de su vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo hoy que ayer, y para siempre. No os dejéis extraviar por doctrinas llamativas y extrañas". (Hb 13,7-9a de las Laudes de hoy, memoria de Santos Cirilo y Metodio)

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