sábado, 7 de febrero de 2015

Los "madrugones" y las "trasnochadas" de Jesús: la fuerza de la oración

En el Evangelio de este domingo (Marcos 1, 29-39), hay una frase muy significativa, pero que a la mayoría le pasa desapercibida. Y es esta: "Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, y fue a un lugar solitario, para orar". Por poco que se conozca la vida de Jesús, llama en seguida la atención el tiempo que dedicaba a la oración. 

Ha ocupado un lugar importantísimo en su vida. O 'madrugaba' (como hoy) o se pasaba la noche en oración (Lc. 6,12). 
Madrugones y trasnochadas, para rezar. Este simple hecho sin analizarlo en profundidad, no puede pasarnos desapercibido ni mucho menos ser infravalorado. Todos los actos humanos de Jesús, toda su 'conducta', su modo de ser y actuar, son redentores y por lo mismo trascendentes. Tanto es así que su actitud orante ha sido una enseñanza para sus Apóstoles. De tanto verlo rezar al Maestro, un día le dicen: "Señor, enséñanos a orar"  (Lc 11,1).

Sobre pocos temas, posiblemente, se ha escrito tanto como sobre la oración. (...)

La oración no es una finalidad en sí misma: es un medio. Un medio para unirnos a Dios, sin el cual nada podemos, y un medio para organizar también nuestra propia vida. Cuando se ama a alguien ¿qué importan los sacrificios? ¡Cuántos madrugones para encontrarse con la persona amada? ¡Cuántas 'trasnochadas' por prolongar la estadía con la persona amada? ¿O no es verdad?

Por eso, si por Dios no podemos tener un proceder semejante, signo es de que no le amamos. Y esto es grave. Gravísimo, porque hay una subversión de valores tremenda. Si los cristianos dedicáramos mayor tiempo a la oración, ciertamente cambiaría el mundo. Con la oración conseguiríamos la fuerza para cumplir los mandamientos, que es la prueba de amor a Dios. La oración necesariamente tendría que transformarnos. La oración nos impulsaría a ser apóstoles, porque es imposible amar a Cristo sin tener en cuenta los intereses de Cristo.

("Los 'madrugones' y las 'trasnochadas' de Jesús", en: Comunidad, n. 387, 7 de febrero de 1982)

LOS INVITO MUY ESPECIALMENTE A PARTICIPAR DE LA NOVENA MUNDIAL DE ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA FAMILIA, CONSISTENTE EN ADORACIÓN EUCARÍSTICA TODOS LOS PRIMEROS JUEVES DE MES DESDE FEBRERO A OCTUBRE.

(Quien no haya empezado el pasado jueves podrá hacerlo por este mes el segundo jueves 12 de febrero)

La Sociedad de la Adoración Eucarística para el Sínodo de la Familia, busca dedicar el primer jueves de cada mes, durante nueve meses consecutivos, a la adoración eucarística mundial, comenzando el 5 de febrero para terminar el 1 de octubre, fiesta de Santa Teresa de Lisieux, tres días antes de la apertura del Sínodo. Varias de estas fechas coinciden con importantes solemnidades litúrgicas en muchos países, lo que motiva una mayor dedicación de los fieles en la iniciativa. Estas memorias especiales incluyen el Jueves Santo (en el cual se pide a los participantes únicamente tomar parte en la liturgia y la adoración ya prescritas por la Iglesia para ese día), el Corpus Christi, la Transfiguración del Señor y la fiesta de Santa Teresa de Lisieux, entre otras.

Fieles de África, de las Américas, de Asia, Australia y Europa se han comprometido ya en la iniciativa, y en el esfuerzo de difundir la novena en el mundo. La Sociedad de la Adoración Eucarística está invitando al clero, religiosos, parroquias, familias y a todos los laicos católicos a organizar una jornada de adoración eucarística en las fechas indicadas, en base a las posibilidades y a las circunstancias.

Por ejemplo, una comunidad religiosa de monjas de clausura podría dedicar la propia Hora Santa diaria a la intención; un párroco podría organizar una jornada o una vigilia especial de adoración eucarística (y posiblemente la confesión) para sus parroquianos y para las parroquias cercanas; una familia podría hacer una visita al Santísimo Sacramento juntos para rezar el Rosario y pasar el tiempo tranquilamente con el Señor; un laico o una laica podrían comprometerse a ofrecer una hora de adoración eucarística en la capilla o iglesia de la adoración local, por el papa, los padres sinodales y la Iglesia.

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