domingo, 25 de enero de 2015

Queda poco tiempo (Cor 7, 29) Arrepentíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15)



No se necesita ser muy perspicaz ni mucho estudio para descubrir y constatar que la situación presente, la característica más evidente del mundo actual es “la existencia de numerosas, profundas y dolorosas divisiones” (Juan Pablo II). 

Divisiones de las que no se libra ni la misma Iglesia, que paradójicamente tiene que ser signo de unión, de paz, de amor, de progreso: “Que sean uno para que el mundo crea” (Juan 17, 22).

Algunos equivocadamente creen que “actualizarse”, “aggiornarse” es identificar a la Iglesia con el mundo, hacerla al gusto del mundo, y no como algo distinto que está en el mundo para transformarlo. Incluso nos tachan de “conservadores” y no sólo de preconciliares sino hasta de anti-conciliares, porque no nos sumamos al coro de los que halagan al mundo para que los considere “simpáticos”, de ese mundo que aplaude lo que es suyo y rechaza todo aquello que le habla en otro lenguaje, le habla de otros intereses, le habla de otra realidad, incluso hasta por la forma externa de presentarnos ante el mundo. Ya advertía Pablo VI que el mundo quería borrar todo signo externo que hable de santidad, de vida eterna. 

El Evangelio es “SAL”. Es necesario que la sal del evangelio queme y produzca quemazón y escozor en la herida que produce el pecado en la vida del hombre, y no tratar de desvirtuar la sal quitándole la fuerza para que no moleste en la herida. Esto se llama “conversión” y “creer en el Evangelio”. 

Es lo que predicó Jesús (Evangelio de hoy Mc 1, 14-20), y nos mandó predicar. 

(“¿Curar la herida con sal?”, en: Comunidad, n. 538, 27 de enero 1985)

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