martes, 6 de enero de 2015

Manifestación de Dios a los hombres: INFANTILIZADA !!

Hoy celebramos la manifestación de Dios a los hombres. Dios se nos manifiesta, se nos muestra, se nos descubre en su Hijo Jesucristo. El Niño de Belén, que adoraron María y José, que adoraron los pastores, y que adoraron "unos magos de Oriente", no sólo es hombre, que no puede ser adorado, sino que es el mismo Dios eterno. ¡Misterio grandioso! En ese Niño está "toda la plenitud de la divinidad de la que todos participamos".

Verdaderamente es una lástima que una Fiesta como la de hoy, la EPIFANÍA, una fiesta tan de adultos, haya sido tan infantilizada. Por poco no queda reducida más que al "recuerdo histórico" de unos personajes -los Magos- que fueron a adorar al Niño Jesús. Pero se pone menos acento en la adoración que en los regalos que le ofrecieron. No obstante, los mismos "regalos" son testimonio de que la revelación sobre ese Niño les hizo comprender que se trataba de un rey (oro), de un Dios (incienzo), y de un hombre (mirra) al mismo tiempo. No habrán entendido plenamente el misterio, pero lo admitieron, lo aceptaron porque les fue revelado por Dios, y en consecuencia obraron: se esforzaron por encontrar al Niño y le adoraron.

Repetimos: Dios nos envía a su Hijo para redimirnos. ¡Tanto nos ama! Sin excluir los "regalos" a los niños en esta Fiesta de EPIFANÍA, es necesario, muy necesario, que le vayamos devolviendo a la misma su verdadero contenido, real significado y vital importancia.

No hagamos de las cosas de Dios "cualquier cosa". La fe, por otra parte, no es un acto puramente espiritual. La fe tiene que estar enraizada en nuestra vida. Creer en Jesucristo, en la necesidad de la Redención para los hombres, significa asumir toda la responsabilidad propia de esta fe. Así como los Magos no se desalentaron cuando se les ocultó la estrella. Averiguaron, buscaron y encontraron. No esperemos nosotros "facilidades" para ser cristianos. Jamás debemos cansarnos por el esfuerzo que ello implica...

("¿Dónde está el Rey?", en: Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 198-199)

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