Cristianos que son como el tero que en un lado ponen los huevos y en otro pegan el grito
A
partir de la caída de Adán y Eva, que cedieron a la tentación del diablo, el
hombre siempre sentirá, como San Pablo (Rom. 7,22 s.) y todos los santos, una
tensión muy grande entre el bien y el mal. Lo grave es querer establecer un
equilibrio, como un tratado de paz, entre esas dos solicitaciones, entre esos
enemigos irreconciliables por su misma naturaleza: entre el bien y el mal, el
pecado y la virtud, Dios y el diablo. El querer complacer a la parte animal,
imaginando un cierto límite que no se pasaría, y luchar en la frontera misma
del pecado, es una treta muy hábil del demonio. Sabe él perfectamente que el
hombre tarde o temprano caerá miserablemente.
La
lucha debe definirse, desde el principio, con toda claridad, y sin concesiones
ni treguas. Quien no se juega con decisión por Cristo no puede ser discípulo de
Él, ni pretender el triunfo. Es lo que dice Jesús: “Nadie puede servir a dos
señores…” Es desde todo punto de vista imposible.
Por
desgracia hay muchísimos que se comportan de esa manera. Cristianos de ciertas
prácticas externas, pero que interiormente tienen toda una concepción de la
vida y una conducta práctica totalmente contrarias al Evangelio. Pretenden
servir a dos señores. No pocos se profesan cristianos, es decir servidores de
Cristo, pero en realidad se sirven de Cristo. Cristianos que viven en pecado
permanente, abrazados al diablo, pero se profesan amigos de Cristo, e incluso
se enojan cuando no se los admite a ciertos sacramentos. Cristianos laicistas,
que defienden la antidemocrática y atea ley 1420, que en su misma esencia lleva
el odio a Dios; cristianos que pertenecen a instituciones masónicas, o que
defienden el adulterio, la homosexualidad, el aborto que viola el 5to
mandamiento, cristianos que en sus negocios se manejan de un modo sucio, tramposo,
turbio, o que aspiran a cargos, funciones y puestos, más por medrar en su provecho
propio que para servir con responsabilidad y honestidad al bien común.
Cristianos a quienes se les arruga la cara –tan endurecida la tienen– cuando
anteponen lo personal, lo “politiquero”, lo “partidista” a su fe. No hesitan
incluso en poner a la misma Iglesia, su Iglesia porque se profesan cristianos,
al servicio de sus fines e intereses, declamando su interés por el pueblo.
Mentira. En todo se buscan buenos “dividendos”. Cristianos que son como el tero
que en un lado ponen los huevos y en otro pegan el grito. Lo que dice Jesús es
verdad: no pueden servir a dos señores. A lo que llegan es a colocar a Cristo
al servicio del otro “señor”. Además, recordemos aquella sentencia de Jesús: “Quien
no está conmigo, está contra mí; quien no recoge conmigo, desparrama” (Mat. 12,
30).
Cuando
no se tiene a Cristo por el único Señor, a quien vale la pena servir, se sirve
a "señores" que dan pena: el permisivismo moral (permiso que se lo
toman por su cuenta, porque nadie se los autoriza o concede), la sociedad de
consumo, las fluctuantes modas que impiden cumplir no ya con el deber de la
caridad sino, más de una vez, con las obligaciones de justicia. Para una obra
de bien nunca faltan excusas, las mismas de siempre: "escasez",
"momentos difíciles", "inflación"... Con unas pocas
privaciones ¡cuántas obras buenas podríamos hacer entre todos! Pero… Ya Cristo no se
le sirve si no es por el sacrificio”. (p. 112-113)
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