sábado, 18 de octubre de 2014

San Ignacio de Antioquía, Modelo de Obispo

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, MODELO DE OBISPOS
Por Alberto Caturelli ("La Iglesia y las catacumbas hoy", p. 127-132)
Las catacumbas de San Ignacio
Las catacumbas físicas ya no existían, sólo las catacumbas espirituales de la persecución. San Ignacio, segundo Obispo de Antioquía, capital de Siria, fue el gran mártir de la tercera persecución emprendida por el Emperador Trajano.
Si nos esforzamos por considerar la situación histórica, para los paganos, la persecución tenía sus motivos, porque en el siglo II la expansión del Cristianismo era considerable y echaba profundas raíces en Siria, en Italia, en España. Al mismo tiempo surgían los primeros errores y herejías que han acompañado a la Iglesia hasta hoy. En el tiempo de San Ignacio la más grave era el docetismo que negaba la naturaleza humana de Cristo, porque el Verbo habría tomado sólo un cuerpo aparente, sin materia. El martirio de San Ignacio fue precedido por el del Papa San Clemente Romano y el del Obispo de Jerusalén San Simeón. No conocemos el motivo inmediato del apresamiento de Ignacio; pero sí sabemos que aunque no se debía buscar a los cristianos, sí podía acusárselos y exigirles renegar de su fe. Si se negaban, entonces debían ser ajusticiados. Esto es, seguramente, lo que pasó con Ignacio, quien debía ser trasladado desde Antioquía a Roma donde sería muerto arrojándolo a las fieras. En el trayecto escribió sus bellísimas cartas, la última de las cuales fue dirigida a su hermano en el Episcopado San Policarpo de Esmirna. San Ignacio fue martirizado el año 107.
Eusebio de Cesarea cuenta que Ignacio fue trasladado de Siria a Roma "para ser pasto de las fieras, en testimonio de Cristo"; narra también cómo, "conducido a través de Asia" (...) "iba dando ánimos a las Iglesias por donde pasaba, exhortándolas para que se aferrasen a la tradición de los Apóstoles y se guardasen de las herejías" ; en la carta a la Iglesia de Roma suplica a los fieles que no intercedan por él porque podrían impedirle el martirio: "yo estoy pronto, les dice, a morir de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis" .
Ignacio es sucesor de los Apóstoles, sujeto del ministerio permanente de apacentar las ovejas (Orden sagrado episcopal); como pastor escribe las siete cartas porque su misión es guiar; es decir, pastorear al pueblo de Dios con el ejemplo. Más que sus cartas, él mismo es el Testigo que guarda el "sagrado depósito". Su exhortación a los romanos de aferrarse a la tradición así lo muestra; su advertencia de guardarse de las herejías es prueba del carácter docente de su misión: pastorear (cuidar y guiar), transmitir el sagrado depósito intacto, enseñar la verdad de Cristo apartando también los errores contra la fe. Tal es la naturaleza y la misión del Obispo de Antioquía que quiere ver coronado su apostolado con el santo martirio.
Como enseña el Concilio Vaticano II, hay en cada Obispo algo intransmisible: "ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia"; hay también lo que cada uno debe transmitir hasta el fin del mundo . Los laicos, al participar vitalmente de la función sacerdotal, profética y real de Cristo (ministerio común de los fieles) participan subordinadamente de la misión del Obispo y participan en la formas más diversas. Para ellos, el Obispo es el ejemplar a imitar y la guía a seguir, unos enseñando, otros cultivando la tierra, otros barriendo la calle, otros entregados a la ciencia, otros curando, etcétera... Todos los innumerables modos de participación van edificando el Cuerpo Místico bajo la guía del Pastor. Sin él, las ovejas quedarían dispersas, huérfanas, desorientadas; nada más doloroso para la Iglesia de Cristo que las "ovejas sin pastor".
Las ovejas de Efeso, de Magnesia, de Tralia, de Filadelfia, de Esmirna, miran y se miran en Ignacio, que guía, cuida, enseña y pastorea mientras lo llevan al martirio. No he puesto en la lista la carta a San Policarpo porque es su hermano en el Episcopado y le habla como a igual, ni tampoco la carta a los romanos porque allí está la sede de Pedro. (...)
Firme como un yunque
Para la Iglesia Católica, los Obispos son las columnas que sostienen el todo. San Ignacio tiene una idea altísima de su misión.
La historia de la Salud los coloca en el centro; el Obispo de Antioquía mira también el misterio de la historia esbozando la futura teología de San Agustín: la historia de la humanidad se muestra bajo el símbolo de dos monedas "una de Dios y otra del mundo"; simboliza a los que aman a Dios y a los que son del mundo, dos pueblos entremezclados hasta el fin de la historia, indiscernibles, inseparables en el tiempo. Allí, en el centro, el Obispo "ocupa el lugar de Dios"; es el guardián, el centinela, que cuida al rebaño de las asechanzas del demonio: el Lobo que odia en el hombre la imagen del Verbo.
Las siete cartas de San Ignacio son como un reflejo vivo de las Escrituras: el pastor que describe el profeta Ezequiel es un centinela que "viendo venir la espada sobre el país, toca la trompeta y avisa al pueblo" (Ez 33, 3); seria inicuo si no lo hiciera y la sangre de las ovejas caería sobre él (v. 5-6). Firme entonces en advertir y anunciar el peligro.
Cristo, el Pastor, tuvo compasión de las ovejas, abatidas y esquilmadas cuando viven sin pastor (Mt 9, 30). El pastor imita a Cristo-Pastor, está firme como un yunque: así impide que las ovejas se dispersen. El Obispo las une, las conoce, las ama con un amor concreto, una por una; se desvela para que no caigan en el error, en la mala doctrina que es como "el mal ungüento del demonio" (cf. Mt 25, 32; 26, 31; Mc 6, 34; 14, 27). Misión esencial suya es "instruir en la sana doctrina y refutar a los que la contradicen" (Tit 1, 9). Buen ejemplo es San Agustín que, fiel a su misión de Obispo, escribió tantos libros no sólo para enseñar la sana doctrina sino para refutar la mala: Réplicas a los arrianos, Contra los priscilianistas, Réplicas a Juliano, Réplica a Cresconio, a Gaudencio, a Petiliano, a Parmeniano, Contra Donato, Contra Fausto maniqueo, Contra los Académicos, etc. Si el lector lo desea, recorra la vida de San Agustín escrita por San Posidio: allí comprobará la verdad de cuanto digo. San Ignacio Obispo, modelo de pastores, estaba siempre firme como un yunque. Desde la roca de su firmeza, hermoso fruto de su santidad, jamás callaba, no fue "prudente" ni "moderado": custodiaba el depósito de la fe, guiaba, enseñaba la recta doctrina unido a Pedro, enseñaba con ocasión o sin ella, siempre "inoportuno", advertía y combatía valerosamente contra el Lobo del error y la desviación doctrinal, sancionaba al obstinado sin temor a ser molido por los dientes de las fieras que son el entorno de cobardes, el espíritu del mundo dueño absoluto de la "opinión" y del "poder"... Para Ignacio era lo mejor porque, a imitación del Maestro, él no practicaba primero un "sí" y luego un "no", sino siempre un sí (II Cor 1, 18-20) porque este sí lo disponía para ser "limpio pan de Cristo".
El Buen Pastor y las ovejas
Cuando hace muchos años, explicaba los Padres Apostólicos en mis clases de la Facultad, mis alumnos, muchos de ellos no católicos o al menos no practicantes, me escuchaban en gran silencio. Ante las cartas de San Ignacio, el silencio se acentuaba. Y yo, simple oveja del rebaño, temblaba y tiemblo interiormente.
El gran Obispo decía a los esmirniotas: "yo hago de centinela por vosotros", como el buen Pastor. Y las ovejas ¿qué esperan de su pastor? En cierto modo, lo espera todo: que custodie nuestra fe y vaya delante de nosotros; que alimente nuestra esperanza y nos abra la Puerta que es Él mismo, ya que el Obispo lo es por participación de la misión del único Pastor. En la parábola del Buen Pastor, (Jn 10, 1¬18) la puerta del redil es Él, el portero es él; análogamente el Obispo es Él, va por delante, las conoce y ellas conocen su voz (v. 4); esperan que les transmita y les done la caridad a imitación de Cristo que "pone su vida por las ovejas" (v. 11). El Obispo enfrenta al Lobo y a sus armas más poderosas; de entre ellas, la más fuerte, eficaz y duradera es el error, la mala doctrina y esa suerte de anti-magisterio paralelo que mina toda resistencia y fomenta la desobediencia, que es autosuficiente y parece bastarse a sí mismo.
Las ovejas esperan de su pastor: santidad, apostolicidad, recta doctrina, defensa contra los errores y herejías, ejercicio eficaz y valiente de la autoridad cuando sea necesario: la sanción, positiva o negativa, es de la naturaleza del acto libre; no es una "adición" extrínseca, sino prueba de amor recto. Las ovejas quieren seguir a Cristo- Pastor en su pastor; seguir a Pedro en su Pastor, existir como miembros vivos de la Iglesia en y con su pastor.
Como las ovejitas que el Señor encomendó a San Ignacio de Antioquía, ellas quieren que su pastor se deje amar y venerar; que se mantenga firme como un yunque golpeado por el martillo; que sea para ellas y para todo el mundo un Theóforos portador de Cristo..
El Lobo que tentó al Salvador tres veces, es "extraño" (v. 5); es un ladrón que viene a destruir (v. 10), a quitarle a Cristo sus ovejas, a anular los frutos de la redención. Si algún pastor se entrega es un mercenario, "regresa" al hombre viejo y el Lobo lo transforma en mercenario. Cómo no recordar al profeta Ezequiel: "¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos!" (Ez 34, 2); después añade: "las ovejas se dispersaron por falta de pastor; vinieron a ser presa de todas las fieras del campo y se perdieron. Mis ovejas andan errantes por todas las montañas y por todas las altas colinas Por toda la faz de la tierra dispersáronse mis ovejas y no hay quien las busque ni quien se preocupe de ellas" (v. 5-6); "mis ovejas han sido presa de todas las fieras del campo, por falta de pastor; pues mis pastores no cuidaban de mis ovejas, sino que los pastores se apacentaban a sí mismos y no apacentaban a mi grey" (v. 8).
El buen Pastor vino él mismo en pos de sus ovejas (Ez 34, 11; 15, 23). Ahora mira a su aprisco que es todo el mundo; por medio de la predicación y el ejemplo de sus pastores. Cristo-Pastor anuncia que esas ovejas "oirán su voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10, 16).
Por eso San Ignacio de Antioquía está firme como un yunque y "centinela" irreprochable. Modelo de Obispos.
Córdoba, 7 de junio, 2005.

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