sábado, 18 de octubre de 2014

Hablar del pecado hoy?

Ante las noticias que llegan del Sínodo podemos repetir algunas palabras que escribí hace años en el Semanario Comunidad. (También en "Mano a mano con el Obispo de San Rafael", p. 290-293)
¿HABLAR DEL "PECADO" HOY?
"Yo soy un gusano no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo" (Salmo 21,7).
"Tan desfigurado estaba su aspecto que no parecía ser un hombre" (Isaías 52,14).
"Desde la planta de los pies hasta la cabeza no hay en él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas pútridas, ni curadas ni vendadas, ni suavizadas con aceite" (Isaías 1, 6).
“No hay en él parecer, no hay hermosura para que le miremos, ni apariencias para que en él nos complazcamos. Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores... fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados... y en sus llagas hemos sido curados” (Isaías 53, 2-3.5).
Muchas veces habremos leído estas y otras palabras similares en los Salmos y Profetas, que la Iglesia utiliza para presentarnos a Jesús. Nos parece macabra la descripción, y quizá a alguno le resulte hasta chocante, de mal gusto. Cristo comparado con un gusano, cubierto de llagas nauseabundas, no curadas —como la lepra — , basura, estercolero ("desecho") etc. Sin embargo el que nos pintó este cuadro o retrato del "Hijo Amado" en quien el Padre "tiene toda su complacencia" (Marc. 1,11), es el mismo Dios, porque es su Palabra, la misma Biblia, que nos describe así al Mesías.
Creo que no hay otra imagen, ninguna semejanza, que nos pueda hacer comprender mejor la realidad, triste y dolorosa, del pecado. La enfermedad de la "lepra", en la Biblia se ha tomado como imagen, como signo del pecado. Y no sólo por la fealdad externa que causa, sino sobre todo por el dolor interno: el leproso no podía vivir en sociedad. No podía compartir la vida con los demás, aun con los seres más queridos, los más íntimos. Tenía conciencia de que debía vivir aislado. Pero aún es más: se sentía rechazado, resistido por los demás. Un verdadero "marginado". Los leprosos solían vivir juntos, en pequeños grupos. Único consuelo. Las lágrimas derramadas en común también consuelan.
El pecado es una realidad mucho más tremenda. Es la separación entre el alma y Dios. El pecado crea un "abismo infranqueable entre Dios y el hombre" (Isaías 59,2). Este abismo significa la muerte hasta de la posibilidad de la felicidad. Ninguna esperanza queda. Como una rama desprendida del árbol está condenada a la muerte, así aquel que se separa de Dios por el pecado. Además el pecador se separa también de la comunidad. En realidad ya no forma parte de la comunidad de los hijos de Dios que viven en gracia, en estado de inocencia.
Cristo, con su venida, con su dolorosa Pasión y Muerte, nos ha franqueado ese abismo "infranqueable" para el hombre, nos ha injertado nuevamente en su Resurrección y nos ha restituido a la comunidad.
El pecado es una realidad. No queremos tapar con el silencio lo que está dando gritos que resquebrajan el mundo de hoy. Todas las desgracias del momento actual, y de toda la historia de la humanidad, tienen su raíz en el pecado. Es la única causa de nuestros males. No busquemos otras causas. Y es tal la desgracia que hoy nadie quiere oír hablar del pecado. Se ha perdido hasta la noción misma de lo que es el pecado. No faltan, incluso dentro de la Iglesia, autodenominados "teólogos", que le quieren restar importancia, negando prácticamente la realidad de la Encarnación, de la concepción Virginal de María, etc., diluyendo la gravedad del pecado original.
Y aunque se me considere un Obispo "atrasado" porque hable sobre estas cosas, sobre el pecado, sobre el infierno, sobre el castigo, seguiré con ese “atraso”, porque es el “atraso” del Evangelio.
Ya quisiera yo que por cada pecado nos apareciera la lepra en el cuerpo, y entonces veríamos si lo del pecado es una teoría, algo de lo que no debería hablarse, o es una triste y dolorosa realidad. Y veríamos cuántos sanos hay, y cuántos leprosos con apariencia de sanos, pero espiritualmente podridos. Si esa fue la imagen de Cristo que fue “traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados” siendo inocente, ¡cuál no será nuestra imagen, la de nosotros que somos los verdaderos culpables!

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