“Los padecimientos físicos de Jesús, que conmemoramos de un modo
especial en Semana Santa, han sido tan terribles y crueles que, por lo
general, para la mayoría constituyen el aspecto único de su Pasión y
Muerte. Los dolores que soportó en su cuerpo: sudor de sangre, golpes,
azotes, sed, agotamiento por falta de descanso en toda la noche, la
caminata con la Cruz a cuestas, los empujones, los salivazos en el
rostro, la coronación de espinas, la crucifixión..., polarizan nuestra
atención. Sin embargo, hay otro aspecto, no menos terrible, torturante y
humillante, en la Pasión de Jesús: su tremenda humillación y postración
moral. El Creador es juzgado por la creatura; el Santo condenado por
los pecadores; el Dios-Amor rechazado por el odio; la bondad y
misericordia suma y que benefició a miles con su palabra, su doctrina,
sus milagros, muere en una espantosa soledad, fruto de la ingratitud de
los hombres; el que vistió de hermosura la creación entera, muere
despojado hasta de su vestimenta; el que enseñó y demostró que no hay
amor más grande que dar la vida por el amigo es traicionado por un amigo
predilecto; el que eligió a Pedro para que, investido de poderes
divinos — "con toda potestad..." (Mat. 28,18)— fuera su testigo, es
negado, incluso con juramento, por el primer Papa; el que dijo: "Yo soy
la luz del mundo" (Juan 8,12), antes de morir se vio cubierto "desde el
mediodía hasta las tres de la tarde, por las tinieblas que cubrieron
toda la región" (Mat. 27,45). En una palabra: abandono, soledad,
ingratitud, traición, burlas, humillaciones, calumnias, ser tratado como
un blasfemo, como enemigo del pueblo, como un impostor, como un loco,
abofeteado por mal educado, sometido a una farsa de juicio..., ¡qué
tremendo dolor!
Es importante que aprendamos a meditar sobre nuestro "aporte" a la Pasión de Cristo. Hemos de meternos en la historia de Cristo, ver el papel que jugamos en su Pasión. No podemos, no debemos meditar sólo desde afuera, como espectadores.
La Pasión y Agonía no acabaron. Hoy mismo sufre Cristo en el Cuerpo de su Iglesia los lacerantes desgarrones de la desobediencia, de los nefastos personalismos, el traidor "doctoreo" de no pocos elegidos que nada tiene que ver con la verdad que dicen buscar o defender. Sigue Cristo sufriendo las calumnias en personas e instituciones de su Iglesia. Sigue sufriendo por la mala interpretación de sus palabras, por las enmiendas que bufones de todos los tiempos (en especial los del presente) quieren introducir en sus Mandamientos, en su doctrina. También hoy, como otrora, se lo quiere condenar "democráticamente" -lo que decida la mayoría—, pidiendo libertad para el Barrabás de la pornografía, del adulterio disfrazado con el manto de divorcio, y condenando alevosamente la inocencia de la virtud, oponiéndose tozudamente a la fuerza de la verdad.
¿Cuándo aprenderemos que la Resurrección de Cristo es la prueba más contundente de que los poderes infernales (ateos, masones, inmorales, liberalotes...) no prevalecerán jamás? Tarde o temprano caerán estrepitosamente vencidos. La lección de la historia es incontrastable e inexorable en este punto.
Ciertamente, mientras llegue este triunfo, toca sufrir y padecer con Cristo. Pero no es un padecer y sufrir sin sentido. En el horizonte de la esperanza brilla ya el amanecer glorioso”. (p. 292-293)
Es importante que aprendamos a meditar sobre nuestro "aporte" a la Pasión de Cristo. Hemos de meternos en la historia de Cristo, ver el papel que jugamos en su Pasión. No podemos, no debemos meditar sólo desde afuera, como espectadores.
La Pasión y Agonía no acabaron. Hoy mismo sufre Cristo en el Cuerpo de su Iglesia los lacerantes desgarrones de la desobediencia, de los nefastos personalismos, el traidor "doctoreo" de no pocos elegidos que nada tiene que ver con la verdad que dicen buscar o defender. Sigue Cristo sufriendo las calumnias en personas e instituciones de su Iglesia. Sigue sufriendo por la mala interpretación de sus palabras, por las enmiendas que bufones de todos los tiempos (en especial los del presente) quieren introducir en sus Mandamientos, en su doctrina. También hoy, como otrora, se lo quiere condenar "democráticamente" -lo que decida la mayoría—, pidiendo libertad para el Barrabás de la pornografía, del adulterio disfrazado con el manto de divorcio, y condenando alevosamente la inocencia de la virtud, oponiéndose tozudamente a la fuerza de la verdad.
¿Cuándo aprenderemos que la Resurrección de Cristo es la prueba más contundente de que los poderes infernales (ateos, masones, inmorales, liberalotes...) no prevalecerán jamás? Tarde o temprano caerán estrepitosamente vencidos. La lección de la historia es incontrastable e inexorable en este punto.
Ciertamente, mientras llegue este triunfo, toca sufrir y padecer con Cristo. Pero no es un padecer y sufrir sin sentido. En el horizonte de la esperanza brilla ya el amanecer glorioso”. (p. 292-293)
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