sábado, 1 de noviembre de 2014

HIJOS HÉROES DE LA MADRE IGLESIA



                                                                                                                                                        
Una madre se goza por todos sus hijos, se alegra por sus éxitos en el estudio, en el trabajo, en la profesión digna y honesta. Así también la Iglesia la Madre de todos los bautizados, es feliz al contemplar a los hijos que se esfuerzan por llegar a la plenitud de la vida espiritual, y al contemplar a los que han llegado a la meta triunfal (santos); como asimismo se angustia por los descarriados hijos de Eva.
Los mundanos honran a sus héroes. A veces los "crean", atribuyendo a algunos, cualidades y virtudes que nunca las han tenido. La Iglesia no necesita "crear" héroes ficticios para ejemplo de las generaciones futuras. Los tiene en abundancia incontable. Por eso, por temor de olvidar a algunos y ante la imposibilidad de honrar a todos, uno por uno, ha instituido este día: LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS. Toda la familia cristiana, en el mundo entero, rinde homenaje hoy a sus hermanos que han salido airosos en la lucha contra el mundo, el demonio y la carne. Aplaude a estos verdaderos campeones que han sobresalido en las virtudes humanas y cristianas. Ciertamente que son millones y millones, que a través de 20 siglos, supieron para qué vivían y por qué morían; por el supremo ideal de su eterna salvación.
Hoy al rendirles el culto que se merecen, nos sentimos dichosos también nosotros al considerar que ocupamos en la Iglesia el puesto que ellos ocuparon en su momento. Nos sentimos estimulados por el ejemplar testimonio de su maravillosa vida, tan incomprendida y tan combatida como la nuestra ahora. Y los invocamos, experimentando el benéfico in­flujo de su intercesión. ¡Vivan nuestros santos! ¡Vivan nuestros héroes!
Si la Iglesia no venerara a sus santos, o no creyera necesitar su intercesión, además de desconsiderada y de desagradecida, sería una mala madre, egoísta, orgullosa y autosuficiente.
Tributar culto a los santos es dar culto a Dios. Si hemos de alabar a Dios por toda la creación, desde los astros hasta el escarabajo ¿por qué no hemos de alabarlo por la obra maravillosa de su gracia en las almas? Si Dios se vale, por ejemplo del agua en el bautismo para producir la gracia ¿cómo no nos va a conceder la gracia por mediación de aquellos que son, en grado destacado, su imagen y semejanza? Si hemos de pedir nosotros, llenos de pecados y carentes de méritos, con la esperanza segura de obtener de Dios los dones que necesitamos ¿por qué razón no hemos de valemos de la intercesión de los que ya están en la presencia de Dios, de sus amigos fieles a quienes el mismo Señor llama "benditos"(Luc. 25,34)? Si Dios escucha nuestras oraciones ¿por qué no escuchara las de los bienaventurados? El mismo sacerdocio, partícipe del Sacerdocio de Cristo, es una mediación.
Es doctrina católica, tradicional, y que el Concilio Vat. II la recuerda, que« la gracia solo Dios la concede. Pero no se opone a su Majestad, ni a su Poder el que la gracia que Él da, y solo Él, pueda venirnos por la Virgen María y los Santos.

"Tal como la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas, así también la mediación única del Salvador no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación participada de la única fuente" (Lum. Gent. 62)

Recordamos esto porque hay cristianos que no admiten la veneración (que no es adoración) de los santos, ni creen en su ayuda. Tengámoslo presente, porque no vale la pena ni discutir, sobre este tema, con ellos.
Mañana recordaremos a nuestros hermanos difuntos, que han triunfado, pero que todavía no han sido premiados. Son las almas en el Purgatorio, que si bien ya tienen asegurada su eterna salvación, necesitan purificarse totalmente antes de entrar en el cielo. A esas almas les podemos -y debemos- ayudar con nuestras oraciones y sacrificios, con nuestros sufragios y buenas obras, pidiendo a Dios que aplique a ellas el mérito que obtenernos por los actos de virtud y abrevie el tiempo de su purificación.
Por nuestra doctrina, por nuestra fe, sabemos que el final de nuestra vida es el cielo o el infierno. El INFIERNO no es un "cuco", como tampoco es un "tabú" el demonio. Jesús habló en serio, y de cosas muy serias. Si el infierno no existiera la venida de Cristo a este mundo sería inexplicable desde todo punto de vista. Su Pasión y su Muerte ignominiosa en la Cruz, habrían sido inútiles, innecesarias, sin sentido y un absurdo... Realmente sería, como decía S. Pablo, la muerte de Cristo en la Cruz "un escándalo para los judíos y una estupidez para los paganos" (I Cor.1, 23). Claro: sin fe, eso y todo lo demás referente a nuestra salvación, resulta incomprensible... (Fuente: COMUNIDAD, 1 de noviembre de 1987, n° 682, p. 4)

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