domingo, 9 de noviembre de 2014

LA MANSEDUMBRE DEL LÁTIGO



En el Evangelio vemos a Jesús, Maestro, Sacerdote y Víctima, “consumido de celo por la Santidad de la casa de Dios”, el templo, arrojando de allí a los que lo profanan y anunciando su propia Resurrección. (…)

La Casa de Dios: tu cuerpo.  

Dios no necesita lugar, pero está en todas partes; Dios no necesita ojos, pero lo ve todo... El templo material (iglesia, capilla, santuario, basílica) es un lugar destinado al culto nos ayuda a concentrarnos, favoreciendo el clima necesario para la oración. Nadie en su sano juicio puede negar la necesidad de los templos y el respeto que debemos a esos lugares, no profanándolos con actitudes groseras [como aplausos, cantos inapropiados, bromas, conversaciones, etc], como la indecencia en el vestir [bermudas, ojotas, soleras, minifaldas, remeras sin mangas, trasparencias, pantalones ajustados, calzas]

Esto nos lleva a reflexionar seriamente sobre la santidad de nuestro cuerpo. San Pablo dice: "¿No sabéis vosotros que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Pues si alguno profana el templo de Dios, Dios le aniquilará. Porque el templo de Dios, que sois vosotros, es santo”. (Cor. 3, 16).

       Si el cuerpo, en cierto modo, es la expresión del alma, qué pena da comprobar que muchos tienen el alma tan vacía, tan desnuda virtudes como de vestimenta el cuerpo. ¡Qué látigo no emplearía el Señor para poner orden en tantos templos vivos, en la vida de tantos cristianos! 
("La mansedumbre del látigo", p. 271-272)

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