Aunque parezca
increíble, por lo irracional y salvaje, la ingratitud suele darse –con harta
frecuencia– entre los humanos. Nada lastima tanto y duele tanto como la
ingratitud. Se requiere mucha virtud para superar la desilusión y la pena que
causa un amigo desagradecido.
Sin lugar a
dudas, el más ingrato es el ser humano, precisamente por ser racional. El
comportamiento puramente humano del ingrato es una consecuencia del
comportamiento con referencia a Dios, imposible que un recto y auténtico servicio
de amor a Dios, de repente degenere en egoísmo, porque en definitiva todo ingrato o desagradecido es un egoísta. Quiere
que todo gire en torno de él. Y no sólo no reconoce los favores recibidos, sino
que reclama aún mayores como algo que se le debe. Es, en efecto, un egoísta y
un soberbio.
Cuando
leemos en el Evangelio de hoy que "Cristo vino a los suyos y ellos no lo
recibieron", nos indignamos por esa actitud del pueblo judío. Doloroso y
además muy triste debe ser a un padre, que con sudor y esfuerzo ganó el pan
para sus hijos, que los propios de la casa le cierren la puerta y deba mendigar
entre extraños el pan para sí, o deba ir a cobijarse en un asilo, para acabar
allí sus días, porque para él no hay lugar bajo el techo que logró para los
suyos. Esto que estoy diciendo, y mucho más, no es producto de la fantasía.
Lamentablemente son hechos reales.
Frente a Dios el
hombre se comporta como un desagradecido. El hombre habituado a satisfacer su
propio egoísmo a cualquier precio, o a engreírse por su indisimulada soberbia,
difícilmente llega a convicciones religiosas profundas. Si tiene alguna
práctica externa, la misma es superficial y sólo aparente. No tiene conciencia siquiera de lo que es pecado, y por eso no se
inquieta si lo comete. ¡Qué ingratitud ante Dios!
El que no
reconoce y no agradece a Dios los beneficios recibidos: salud, trabajo, hogar,
amigos, por una parte se cree superior a los demás, y por otra rezuma una
evidente ignorancia religiosa. En su vida, en su conducta, pesan más ciertos
aspectos, prácticas y "poses" puramente mundanas (¿paganas?) que los
principios religiosos que dice profesar.
El
que cree que todo lo que es y posee se lo debe al propio esfuerzo, es un
desagradecido que se burla de todos. Se burla de Dios y de los hombres. Y si llega a ocupar un puesto o un cargo,
el desagradecido se torna insoportable. No sé por qué, pero casi
invariablemente en estos casos, se oculta la propia fe, se posponen las propias
convicciones (si las hay) religiosas, se
cede fácilmente ante el respeto humano (que ni es respeto ni mucho menos
humano, sea dicho con todo respeto), y pesa más la influencia de aquellos cuya
vida nada pesa en la balanza de Dios. Parecería que profesarse cristiano y
católico, para algunos, resultara bajar de categoría, como si fuera algo
"indigno"; postura arrogante como la del pavo real.
Decía Mignolet:
"Si nuestra civilización se derrumba, es porque ha querido forjar hombres que no
fueran más que hombres, y no hijos de Dios". (¿Es esto lo que algunos
docentes se proponen — derrumbar la civilización– cuando intentan excluir a Dios y borrar toda referencia a
la Religión Católica en la enseñanza?). No hay lugar para Dios, evidentemente. "Los suyos no lo
recibieron".
Cuando no sólo
no se favorece a la propia religión, sino que se la dificulta en su accionar,
prácticamente se la persigue con guantes
blancos. Me refiero concretamente a lo arduo y difícil que resulta, cada
vez que se proyecta construir una capilla en un barrio, conseguir un terreno.
Pareciera que la lentitud de nuestra burocracia tuviera también el propósito
de detener a Cristo, de decirle que "no hay lugar". Es una falacia equiparar la religión católica,
que es mayoritaria, con otras religiones, a las que de ningún modo queremos
ofender, cuando se dice: "si concedemos esto o aquello a los católicos,
vamos a tener que concederlo también a los demás".
Donoso Cortés
decía: "El mundo se salvará por las oraciones, no por los
armamentos". Cuando mayor lugar le demos a Dios en el mundo, habrá paz,
progreso y bienestar para todos. Es tiempo de que comprendamos que es el
cristianismo el que debe salvar, una vez más, a la sociedad, del derrumbe que
se avizora. No hay otra alternativa. (Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 184-186).
Hemos sabido que se ha presentado, en diciembre de 2014, en el Concejo Deliberante un proyecto de ordenanza de adhesión a la iniciativa de la Coalición Argentina
por un Estado Laico (CAEL), de la
llamada Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (ADPH) filial San Rafael,“Campaña Nacional por Municipios Laicos”, tendiente
a la prohibición en todos los edificios y espacios dependientes del municipio
de instalación o exhibición de imágenes, símbolos, referencias, denominaciones o
motivos religiosos, en imposición de nombres a establecimientos educativos,
etc.
Católicos: "Hay que se firmes en la fe, fuertes para defenderla, sin traiciones, sin permisivismos, sin complicidad, sin debilidades frente al mundo".
"Más que profesar con los labios hemos de proclamar la realeza de Cristo
con las obras, con la irrefutable prueba de los hechos".
Estas son las personas que integran esa Asamblea y su dirección:
Presidente
Richard Ermili
Vicepresidenta
Patricia Galván
Secretaria coordinadora
Silvana Yomaha
Pro secretaria coordinadora
Graciela Morales
Tesorera
Miriam Zambrini
Pro tesorero
Sergio Pérez
1º vocal titular
María Lujan Piñeyro
2º vocal titular
Teresita Williner de Romerra
3º vocal titular
Luis Berón
4º vocal titular
Patricia Aguilera
5º vocal titular
María Victoria González
6º vocal titular
Carlos Vargas
1º vocal suplente
Fernando Pérez
2º vocal suplente
Matías Schvarstein
3º vocal suplente
Antonella Videla
1º miembro del Organo de
Fiscalización
Alicia Morales
2º miembro del Organo de
Fiscalización
Héctor Cháves
3º miembro del Organo de
Fiscalización
Andrea Mattacotta