martes, 23 de diciembre de 2014

¿Ser rechazado por los de la propia casa?



Aunque parezca increíble, por lo irracional y salvaje, la ingratitud suele darse –con harta frecuencia– entre los humanos. Nada lastima tanto y duele tanto como la ingratitud. Se requiere mucha virtud para superar la desilusión y la pena que causa un amigo desagradecido.
Sin lugar a dudas, el más ingrato es el ser humano, precisamente por ser racional. El comportamiento puramente humano del ingrato es una consecuencia del comportamiento con referencia a Dios, imposible que un recto y auténtico servicio de amor a Dios, de repente degenere en egoísmo, porque en definitiva todo ingrato o des­agradecido es un egoísta. Quiere que todo gire en torno de él. Y no sólo no reconoce los favores recibidos, sino que reclama aún mayores como algo que se le debe. Es, en efecto, un egoísta y un soberbio.
Cuando leemos en el Evangelio de hoy que "Cristo vino a los su­yos y ellos no lo recibieron", nos indignamos por esa actitud del pue­blo judío. Doloroso y además muy triste debe ser a un padre, que con sudor y esfuerzo ganó el pan para sus hijos, que los propios de la casa le cierren la puerta y deba mendigar entre extraños el pan para sí, o deba ir a cobijarse en un asilo, para acabar allí sus días, porque para él no hay lugar bajo el techo que logró para los suyos. Esto que estoy diciendo, y mucho más, no es producto de la fantasía. Lamentablemen­te son hechos reales.
Frente a Dios el hombre se comporta como un desagradecido. El hombre habituado a satisfacer su propio egoísmo a cualquier precio, o a engreírse por su indisimulada soberbia, difícilmente llega a convic­ciones religiosas profundas. Si tiene alguna práctica externa, la misma es superficial y sólo aparente. No tiene conciencia siquiera de lo que es pecado, y por eso no se inquieta si lo comete. ¡Qué ingratitud ante Dios!
El que no reconoce y no agradece a Dios los beneficios recibidos: salud, trabajo, hogar, amigos, por una parte se cree superior a los de­más, y por otra rezuma una evidente ignorancia religiosa. En su vida, en su conducta, pesan más ciertos aspectos, prácticas y "poses" pura­mente mundanas (¿paganas?) que los principios religiosos que dice pro­fesar.
El que cree que todo lo que es y posee se lo debe al propio es­fuerzo, es un desagradecido que se burla de todos. Se burla de Dios y de los hombres. Y si llega a ocupar un puesto o un cargo, el desagra­decido se torna insoportable. No sé por qué, pero casi invariablemente en estos casos, se oculta la propia fe, se posponen las propias conviccio­nes (si las hay) religiosas, se cede fácilmente ante el respeto humano (que ni es respeto ni mucho menos humano, sea dicho con todo res­peto), y pesa más la influencia de aquellos cuya vida nada pesa en la balanza de Dios. Parecería que profesarse cristiano y católico, para al­gunos, resultara bajar de categoría, como si fuera algo "indigno"; pos­tura arrogante como la del pavo real.

Decía Mignolet: "Si nuestra civilización se derrumba, es porque ha querido forjar hombres que no fueran más que hombres, y no hijos de Dios". (¿Es esto lo que algunos docentes se proponen — derrumbar la civilización– cuando intentan excluir a Dios y borrar toda referen­cia a la Religión Católica en la enseñanza?). No hay lugar para Dios, evidentemente. "Los suyos no lo recibieron".
Cuando no sólo no se favorece a la propia religión, sino que se la dificulta en su accionar, prácticamente se la persigue con guantes blancos. Me refiero concretamente a lo arduo y difícil que resulta, cada vez que se proyecta construir una capilla en un barrio, conseguir un terreno. Pareciera que la lentitud de nuestra burocracia tuviera tam­bién el propósito de detener a Cristo, de decirle que "no hay lugar". Es una falacia equiparar la religión católica, que es mayoritaria, con otras religiones, a las que de ningún modo queremos ofender, cuando se dice: "si concedemos esto o aquello a los católicos, vamos a tener que concederlo también a los demás".
Donoso Cortés decía: "El mundo se salvará por las oraciones, no por los armamentos". Cuando mayor lugar le demos a Dios en el mun­do, habrá paz, progreso y bienestar para todos. Es tiempo de que com­prendamos que es el cristianismo el que debe salvar, una vez más, a la sociedad, del derrumbe que se avizora. No hay otra alternativa. (Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 184-186).



Hemos sabido que se ha presentado, en diciembre de 2014, en el Concejo Deliberante un proyecto de ordenanza de adhesión a la iniciativa de la Coalición Argentina por un Estado Laico (CAEL), de la llamada Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (ADPH) filial San Rafael,“Campaña Nacional por Municipios Laicos”, tendiente a la prohibición en todos los edificios y espacios dependientes del municipio de instalación o exhibición de imágenes, símbolos, referencias, denominaciones o motivos religiosos, en imposición de nombres a establecimientos educativos, etc.

Católicos: "Hay que se firmes en la fe, fuertes para defenderla, sin traiciones, sin permisivismos, sin complicidad, sin debilidades frente al mundo".

"Más que profesar con los labios hemos de proclamar la realeza de Cristo con las obras, con la irrefutable prueba de los hechos".

Estas son las personas que integran esa Asamblea y su dirección:
 
Delegación San Rafael Vicente López y Planes 1264, San Rafael
5600 Mendoza. Argentina
Teléfono: (02627) 15564965
sanrafael@apdh-argentina.org.ar 

 Presidente
Richard Ermili

Vicepresidenta
Patricia Galván

Secretaria coordinadora
Silvana Yomaha

Pro secretaria coordinadora
Graciela Morales

Tesorera
Miriam Zambrini

Pro tesorero
Sergio Pérez

1º vocal titular
María Lujan Piñeyro

2º vocal titular
Teresita Williner de Romerra

3º vocal titular
Luis Berón

4º vocal titular
Patricia Aguilera

5º vocal titular
María Victoria González

6º vocal titular
Carlos Vargas

1º vocal suplente
Fernando Pérez

2º vocal suplente
Matías Schvarstein

3º vocal suplente
Antonella Videla

1º miembro del Organo de Fiscalización
Alicia Morales

2º miembro del Organo de Fiscalización
Héctor Cháves

3º miembro del Organo de Fiscalización
Andrea Mattacotta
 


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