A propósito de la expresión "SALVAR EL ALMA"
quiero aclarar que significa salvar a todo el hombre. Porque últimamente se ha
dado en "descalificar" esa expresión tan evangélica. Los que
pretenden reducir la religión a puro horizontalismo (pura promoción humana,
socio-económica, etc.) critican esta expresión de "salvar el alma"
como si fuera alienante, como algo que no debe usarse más, porque lo que interesa
es el hombre. Perfectamente, nadie lo niega. Pero ¿de que servirá hacer feliz
el cuerpo si no hay preocupación por hacer eternamente feliz el alma? No me voy
a salvar si no me preocupo también, y no sólo, ni siquiera principalmente, por
la materialidad de mis hermanos. El procurar a alguien los bienes terrenos y
no preocuparse del bien de su alma, es traicionar al hermano. En síntesis,
salvada el alma está salvado todo el hombre. Y no —por lo menos no siempre —a
la inversa.
Al empezar este NUEVO AÑO LITURGICO
reflexionemos en serio. El negocio más importante de nuestra vida es nuestra
eterna salvación. Mi obligación de Padre y Pastor, es recordar a todos,
permanentemente, estas cosas. No me voy a salvar olvidándome de los demás.
Pero tampoco me voy a salvar si por preocuparme por los demás no atiendo a mis
obligaciones fundamentales de santificarme, de velar por las necesidades de mi
alma. No quiero exponer mi alma de Obispo — y tengo una sola— a la condenación
por no haber hablado, o por callar, porque haya muchos que no quieren escuchar
estas cosas. No me interesa ser más simpático, menos discutido y menos
resistido, o ser más "potable" siendo más complaciente (¿traidor?) y
más "a tono" con la superficialidad del mundo, que exigente con el Evangelio
en la mano.
(De "Aterrizados en el desparaíso", en Mano a mano con el Obispo de San Rafael, p. 150-151)
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